La experiencia chilena
¿Cuál es la función
que debe cumplir
la televisión pública
en una democracia? ¿Quiénes
deben administrarla? ¿Televisión
verdaderamente
pública o del Gobierno?
Para el productor chileno
de televisión Valerio
Fuenzalida, la televisión
pública en América Latina
ha sido utilizada recurrentemente
como medio de
propaganda de los gobiernos de turno, amparados
en que la manejan directamente,
sin ningún tipo
de intervención de la
sociedad.
Según Fuenzalida, en
un mundo globalizado–que ha dejado atrás la
sociedad ideológica de las
décadas de 1960, 1970 y
1980 para pasar a una sociedad
en la que impera la
incertidumbre y que construye sus verdades relativas
sobre una pluralidad
de opiniones– este esquema
de propaganda política
no tiene sentido y está
condenado al fracaso.
Si bien el 20 por ciento
de todos los canales de televisión de señal abierta
en América Latina es público
o depende del Estado–un porcentaje considerable–,
casi todos ellos
tienen un bajo nivel de
sintonía porque la gente
piensa que privilegian la
voz oficial en desmedro
de otros grupos sociales y
políticos.
En ese sentido, el estudioso
sureño exige una
profunda reforma y emplaza
a los gobiernos a
dejar de tratar a los canales
públicos como si fueran
un botín político.
Plantea entregarlos
cuando antes a la sociedad
organizada para que
se conviertan en medios
de comunicación democráticos,
con información
objetiva y plural, para que–combinando una programación
de educación
con entretenimiento– la
protagonista de la pantalla
sea la movilización social
y no los políticos, además
de una programación
descentralizada.
Para el manejo de estos
medios, el estudioso
propone una administración
de tres niveles: en un
primer nivel una comisión
en la que estén representados sectores de
la sociedad, que establezca
las líneas matrices del
canal, donde la objetividad,
la independencia y
la promoción de valores
democráticos se den por
descontadas.
Esta comisión elegiría
al directorio de la empresa
televisiva, cuyos miembros sean nombrados para
un período determinado,
a fin de impedir que
sean removidos por la autoridad
política.
A su vez, el directorio,
de acuerdo con los parámetros establecidos por
la comisión, designa al
director ejecutivo, que finalmente
administra la
empresa. Así, se garantiza
la independencia del
medio respecto al poder
político.
Al hacer un balance de
lo que ha sido la televisión
estatal y el rol que le toca
cumplir en una democracia
moderna, Fuenzalida
remarcó que estos medios
deben tomar conciencia
de que cumplen objetivos
del Estado, antes que del
Gobierno.
“ Tenemos que mirar la
televisión desde un punto
de vista menos laical, más
secular y menos mágica.
Tenemos que renunciar a
esa idea de que la televisión
puede resolver todos
nuestros problemas y entrar
a un proceso de
aprendizaje para exigirle
objetivos más inmediatos.
Debemos poner en pantalla
a una sociedad creativa, que tiene capacidad
para solucionar sus problemas”,
propone.
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