
Carlos Bustamante le cambió la vida un viejo microscopio monocular
Stiassnie que le regaló su padre. Él era un vivaz jovenzuelo
que andaba obsesionado con el inicio de la era espacial y fabricaba cohetes
caseros cuando el aparato francés se cruzó en su camino. Tenía
12 años y un “laboratorio” doméstico en la segunda
planta de su hogar. Así, empezó a forjarse la historia del
personaje que está camino a convertirse en una leyenda del mundo científico
por sus investigaciones en biofísica, manipulación molecular
y ADN.
Bustamante es un sabio casi desconocido en el Perú, pero su vida es
lo más parecido a un guión de película de inminente
estreno. “Carlitos”, como aún lo llaman en su círculo
más íntimo, no calza en el prototipo de erudito. Su aspecto
es más bien el de un cincuentón sosegado. Verbo diáfano,
sonrisa ancha, cálido hasta para las reprobaciones.
El primer descubrimiento de Carlos se produjo a los 16 años. Estudiaba
el comportamiento de los protozoos en su Stiassnie y, de pronto, después
de manipular el cubreobjetos donde se encontraban los organismos microscópicos
para asearlo, éstos se desintegraron. Fue tal su obstinación
por encontrar el detonante del fenómeno que se pasó toda una
mañana y gran parte del almuerzo reflexionando al respecto. De un
momento a otro, con la comida a medio terminar, pero con la idea concluida,
fue rápidamente a su gabinete. Había descubierto que la membrana
celular estaba formada por grasa. Era hora de que su padre lo enviara a la
librería Científica de la avenida Colmena para devolverlo a
la realidad, con la adquisición de un
tratado de biología donde su hallazgo se detallaba al milímetro.
Treinta y siete años después, sus revelaciones son materia
prima de la biología de vanguardia. No indaga, descubre el camino
adecuado para entender las propiedades de las moléculas, descuartizándolas
con pinzas láser. Pionero de la manipulación mecánica
de una molécula de ADN y el allanador del fin del cáncer, es
miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, catalogado
como uno de los 19 mejores científicos y médicos por la revista
Time en 2001, bachiller en biología por la Universidad Cayetano Heredia,
magister en bioquímica por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
y Ph. D. en Ciencias por la Universidad de California, Berkeley, donde labora
como investigador y profesor principal.
Sus aportes han hecho que en determinados sectores se le considere
a la altura de Nobel. Estudioso de los libros de historia, de los clásicos
de la literatura, y esclavo del estudio, la investigación y el descubrimiento,
Bustamante define el éxito apelando a una frase de Thomas Edison:
“es 95 por ciento de transpiración y 5 por ciento de inspiración.”
Nunca deja de pensar, incluso en las actividades más cotidianas su
mente se abstrae tanto que quienes lo rodean siempre dicen “ya se fue”.
No cree en la suerte, sólo en el trabajo, por eso pasa 12 horas diarias
en su laboratorio, estudiando la proteína condensina, responsable
directa del proceso de replicación de ADN, y la que podría
ser la clave para terminar con el cáncer. “Hago lo que me
gusta y hasta pagaría si fuera necesario para hacerlo. Soy obsesivo
en mi labor y eso creo me ha llevado donde estoy.”
Pudo ser médico para conformar a su padre, pero un buen día
de 1972, a la mitad de la carrera, abandonó la medicina. Habla de
nuestra historia, de nuestros atractivos turísticos, con propiedad
y pasión. “Tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos
de nuestra Nación. Somos un país con gente de gran imaginación
y sólo
nos falta una gran dosis de disciplina y organización para alcanzar
el éxito.”
Abocado a desarrollar una célula artificial, vive siempre en el límite
de
la ignorancia y el conocimiento, y obstinado por que, de una vez por
todas, el Perú formule una política de ciencia y tecnología
que se incluya en el Acuerdo Nacional, Carlos Bustamante es un científico,
un profesional, pero, sobre todo, un predestinado con letras mayúsculas,
además de tenaz, metódico y decidido. Es genio y figura.