La
“Gringa” nació y el Sol celebró con
una fiesta. El 24 de junio de 1983,
Sofía Mulanovich Aljovín llegó a este
mundo con un solo objetivo: “surfear”.
Tiene veintiún años y ya posee entre sus logros el título
de campeona
mundial y haber alcanzado el primer lugar del máximo circuito
profesional de surf.
Cuando ella se sube al escenario
líquido, aquel proscenio acuático y
salado que la espera cada día para
refrescarle las ganas de vivir, y coloca
los pies en el centro de la tabla, algo
ocurre. En esos momentos la ola
se convierte en una metáfora. Su naturaleza oscilante bien puede representarnos
la vida misma. Pero no es agua lo que se mueve, es el efecto del viento sobre
la superficie del mar lo que vemos, es el ritmo transoceánico el que
nos invita a caminar sobre la arena, respirar, reflexionar y sentir la brisa
del mar.
Lo primero que hizo Sofía a su regreso al Perú, después
de conquistar
el mundo en una tabla, fue reencontrarse con su hábitat. “Acabo
de irme a correr un rato. Se siente bien llegar a tu playa y correr con tus
amigos, correr con tu hermano, es bacán”. Lo suyo no es la retórica,
pero para lo que eso importa adentro del mar.
“No sé cómo ponerlo en palabras. Es alucinante cargar
la copa,
sabía que era especial para todos los peruanos.”
Sin embargo, para eso necesitó de muchos años de esfuerzo.
Momentos gratos e ingratos. Ausencias ineludibles y revolcones inevitables.
Ella baila olas desde niña y lo hace con un estilo impecable (dicen
que a los seis años se bajó su primera ola en bodyboard y a
los nueve ya lo efectuaba en una tabla).
La “Gringa”, como la llaman en todo el litoral, coge el ritmo
y predice
su curso. Se luce y ejecuta aquellas maniobras que seducen la subjetividad
de cualquier jurado.
Ahora aparece en televisión, entrega premios MTV y hasta realiza comerciales.
En uno de ellos aparece, teléfono en mano, llamando a una amiga para
hacerle escuchar una canción.
La somnolienta amiga la oye, y le recuerda de entre sus sábanas, que
está en Japón y allí son las tres de la mañana
(chévere, Sofi). Antes hizo otro comercial en que se le veía
“surfeando”.
Después de apreciarla por largos minutos sobre las envolventes crestas
de las olas, se escuchaba el mensaje de Cedro: “La vida es como el
mar ... agitado a veces y otras sereno... Tú tienes el control. Deslízate
por la vida, sin drogas ¡Y cumple tus sueños!”.

“Hice mi sueño realidad y hasta podría decir que si me
muero lo haría en paz”, manifestó Sofía tras lograr
el campeonato mundial y luego de ganar en Tahití y Francia, para colocarse
en el primer lugar del ranking mundial. Cuando regresó al país,
con la moral más alta que las olas que desafía, fue recibida
por una banda de música y por un nutrido grupo de niños que
lucían el rostro de esta florecita surfera estampado en sus polos.
Su legión de admiradores ha crecido.
Sus hinchas, sus fans, su trinchera surf, son cada vez más numerosos.
La revista Surfer la calificó como la más destacada representante
femenina de esta disciplina en el mundo, mientras que Surfinggirl la consideró
la mejor surfera del orbe. Con ello, la “Gringa” se ha convertido
en una rubia debilidad para el surf estadounidense
y para sus publicaciones más prestigiosas.
Cuando ganó el campeonato mundial en Ecuador, una radioemisora
hizo un emotivo enlace con su madre.
¡Feliz cumpleaños, mamá!, se le escuchó decir
entre sollozos a Sofía.
En Lima, Inés Aljovín, emocionadísima, se sentía
la madre más feliz del mundo.
No obstante su aparición mediática, ella sigue manteniendo
la sencillez de siempre y tiene los pies bien puestos sobre la tabla. Por
eso, después de un buen rato en el agua ella sale y pisa tierra. “Soy
una chica normal, no soy la divina pomada. Quiero seguir corriendo, seguir
mejorando como persona, como surfer y así ganar más títulos
mundiales. Continuar compitiendo y, si Dios quiere, volver
a ser campeona del mundo otra vez.
Hay que acostumbrarnos a ser más positivos”. Una verdadera lección,
tan grande como aquella ola que, convertida en metáfora, se observa
desde la orilla. Aquella ola inmensa que dice, mientras sopla la brisa marina,
que todo es posible.