Lunes,
el principal símbolo religioso del Cusco, el Señor
de los Temblores, es sacado de la catedral y llevado en procesión
por las calles. Conocido también como el Cristo Moreno,
por el color oscuro de la imagen, este crucifijo
de tamaño natural es cargado
por las calles del antiguo centro en un imponente pedestal
de plata, para realizar visitas a sus diversas iglesias, en
tanto que una multitud de fieles lo bañan con ñuqch'u,
una flor silvestre de color rojo oscuro que simboliza la sangre
de Cristo.
En las ventanas de las casas, por donde pasa la efigie, se
colocan refinadas piezas de tapicerías aterciopeladas
con franjas de oro, telas y alfombras brillantes, que las
familias reservan especialmente para esta ocasión.
Mientras tanto, los Camaretos o pequeños morteros,
petardos y cohetes agitan el ambiente con su estruendo hacen
casi inaudibles los cánticos y oraciones de la multitud.
La
procesión finaliza con una emotiva despedida del gentío
congregado en la Plaza de Armas, mientras el Cristo Moreno
regresa a la Catedral, con el acompañamiento de las
sirenas de los vehículos del cuerpo de bomberos voluntarios
del Cusco.
Viernes
Santo, al igual que en Ayacucho, acontece el encuentro
de las andas del Cristo en el Santo Sepulcro y de la Virgen
Dolorosa. Ese día, a diferencia a lo que sucede en
otros lugares, no es de abstinencia. La costumbre es degustar
doce platos típicos distintos que incluyen desde variadas
sopas y potajes ya sea a base de pescado seco, trigo y olluco,
hasta los deliciosos postres como los dulces de manzana, maíz
o choclo.
Domingo de Resurrección, luego de
la procesión y de la celebración de la misa,
por las principales calles se percibe el aroma exquisito de
los manjares que deleitan propios y extraños, como
el sabroso caldo de gallina, las empanadas, el dulce de maíz
blanco, los tamales y las tortas. Así, en forma pagana,
se cierra en la milenaria ciudad imperial del Cusco la Semana
Santa andina.