Texto: Ana María Vilca I Fotos: Explorama
Estar parados en medio del bosque amazónico, a la espera de que nos sorprenda algún animal del monte, que se mimetiza con el entorno, nos produce una mezcla de ansiedad y algarabía. Pero sabemos que en lo más alto, donde las últimas ramas se conjugan con el azul intenso del cielo, existen también otros hábitats de especies, que nacen y mueren a esa altura. Y justo ahí, sobre la copa de los catorce árboles más espigados, se erige un complejo de puentes colgantes de cerca de medio kilómetro de longitud y que no sólo nos permite cruzar a salvo esos terrenos de incertidumbre sino también desovillar con los ojos el manto verde y toda la vida que lo habita.
LA RUTA
Partiendo de la ciudad de Iquitos se tiene que recorrer 160 kilómetros río abajo por e Amazonas, en esa ruta que más bien asemeja un mar de color caoba. Tras hora y media de viaje fl uvial, se desembarca en el pueblo de Indiana. De ahí nos trasladamos a Mazani. Después se surca por hora y media, río arriba, por el Napo hasta llegar a la desembocadura del río Sucusari. En sus orillas, se encuentra el albergue Explor Napo. A media hora por una trocha accesible, emergen imponentes los puentes colgantes. Pero todo lo bueno exige algo de sacrifi cio. Los viajeros tomamos un descanso en el albergue, y al día siguiente se inicia una caminata a las cinco de la mañana. Se debe estar preparados, y no dejarse intimidar por los caprichos del tiempo amazónico: truenos, lluvias torrenciales y el sol incandescente. El clima puede cambiar en tan solo unos minutos y sorprender al visitante en plena trocha.
CAMINOS EN EL CIELO
La particularidad del circuito de puentes colgantes peruanos es que descansan sobre las copas de los árboles. Posición estratégica que permite a los científicos estudiar las diferentes especies en su propio hábitat. Esta maravilla fue construida en 1993, un trabajo en conjunto de biólogos, ingenieros y especialistas en turismo que duró dos años. “El primer puente colgante se construyó en Malasia y lo ideó el biólogo Illar Munn. Al traerlo al Perú, nos enseñó la misma técnica de subir cerros, pero adaptándola para colgarse por los árboles. Somos los primeros en tener este tipo de puente en América del Sur, Centro y toda la parte tropical de las Américas”, comenta el director principal de Explorama Lodge y la fundación Conapac, Peter Jemson. Trasladarse por los doce puentes es como flotar en el aire. No se experimenta temor. Al contrario, la adrenalina llega a su punto máximo al estar parados en la plataforma número 6, que tiene una altura cercana a los 40 metros. Y cómo explicar que la selva a esa altura se muestra soberbia e intimidante, pero que de a pocos exhibe a sus habitantes, que le dan pinceladas de color a su infinito verdor.
ESPECIES “AÉREAS”
Y mientras se camina hacia esa elevación las especies de aves, como las motmots, flycatchers y tucanes, maravillan con su colorido. Pero “las cotingas”, unas aves pequeñas, son las que se roban todas las miradas, por el escandaloso color turquesa de sus plumajes. También hay otras especies que viven a estas alturas. Las pequeñas ranas de la especie Dendrobates riticulatos, por ejemplo, exhiben sin temor las pigmentaciones amarillas y negras de sus pieles, una advertencia de que son venenosas. Hay ciertos tipos de serpientes, y es preciso menciona que existe una lagartija de cola chata (Tropidurus flaviceps) que solo vive a esta altura y jamás baja al suelo. Ya en tierra, nos comentan otros guías que dos horas antes de nuestra llegada un otorongo merodeaba por el lugar. Sus huellas en la húmeda tierra son prueba de su paso efímero. La suerte de verlo esta vez nos fue indiferente. Pero las criaturas de la selva, las de abajo y las de arriba, se dejarán ver en su estado natural si se repite esta fascinante ruta hacia los puentes colgantes.
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