CRÓNICA

El otro desborde

Textos/fotos: Jesús Raymundo

Los migrantes de todas las regiones del país no sólo han asentado en Lima sus sueños de progreso y desarrollo. Sin proponérselo, sus costumbres evocadas con aires de nostalgia han dibujado el nuevo rostro cultural de la ciudad que se ha convertido en su nuevo hogar.

Los migrantes delinean firmemente los rasgos del nuevo rostro cultural de Lima. En los espacios reinventados para la diversión y el entretenimiento, sus costumbres vibran con la intensidad de las tierras donde nacieron. Tal como ocurrió hace un siglo con los criollos, chinos y negros de la capital, ellos también han enfrentado el rechazo y la negación de quienes decían ser los dueños de la capital.

Hoy, la urbe respira aires de reivindicación y tolerancia. Aquí, ya nadie considera las costumbres de la cultura criolla como obstáculos para la modernización del país, ni califica a los chinos y a los negros como inmorales y sinónimos de atraso. Aunque las famosas jaranas con pisco, guitarra y cajón no se repiten en los barrios y callejones limeños, la música criolla y los platos culinarios son motivos de orgullo nacional.

A diferencia de otras épocas, las autoridades tampoco buscan cambiar los gustos ni las actitudes de los vecinos. Pocos recuerdan que cuando a fines del siglo XIX la Municipalidad de Lima subvencionó espectáculos de las compañías de ópera, el denominado género chico (tandas) y el teatro frívolo se presentaron en funciones diarias y en horarios no autorizados. Incluso, el teatro chino -calificado como impúdico e inmoral- atrajo a espectadores.

Un ejemplo de que las medidas que prohíben o buscan transformar las costumbres populares nunca lo consiguen es la fiesta de carnaval. En la primera década del siglo XX se buscaba controlar y estilizarla porque estimulaba el juego con baldazos y globazos en las calles, sobre todo a cargo de los negros, pero en complicidad con chinos y blancos.

Aunque desde 1922 se organizaron desfiles de carros alegóricos y reinas de belleza en el Cercado, y celebraciones en clubes, casas de familia y balnearios de Ancón, La Punta y Chorrillos, el carnaval violento se siguió celebrando en los barrios limeños. En la actualidad, el carnaval ayacuchano -Patrimonio Cultural de la Nación- se efectúa por ejemplo en la plaza de Acho, después de recorrer las calles y plazas limeñas.

LIMA CHOLA

La corrida de toros, diversión traída por los españoles, se celebra durante los últimos años entre los vaivenes de opiniones contrarias. Mientras algunos la califican como espectáculo de barbarie y crueldad; otros la defienden porque es viril y hermoso. Lo cierto es que la plaza de Acho (1766) ya no es el único escenario donde se representa esta costumbre, que fue tradicional y popular de la Lima colonial y republicana. Además de pequeños cosos como Yawar Plaza de Mamara, en Villa María del Triunfo, en los conos de Lima suelen improvisarse los portátiles.

Antes de las corridas de toros -en las que participan los toreros bufos-, los danzantes de tijeras compiten mediante pasos acrobáticos ejecutados en el aire y el suelo, además de las pruebas de resistencia física.

Lejos de los apus (dioses de montañas) de sus pueblos, en Lima le rinden tributo al cerro San Cristóbal, quien gobierna la ciudad. Aunque se han liberado de la persecución de los sacerdotes de la Colonia, hay quienes aún los acusan equivocadamente de mantener pactos con el diablo. A su modo, resisten con las costumbres de su fe.

A inicios del siglo XXI, París -cuna de la belle époque- ya no es referente estético de Lima. Sin embargo, sus vecinos conviven con los edificios públicos construidos por el alcalde de Lima, Federico Elguera, durante su período 1901-1908. Hace un siglo, los espacios de entretenimiento se incrementaron en número y diversidad, de la mano con los avances tecnológicos como el alumbrado eléctrico, el teléfono, el telégrafo y el automóvil a vapor.

Un espacio que sintetizó la modernidad limeña fue el Palacio y Parque de la Exposición, inaugurado en 1872. Cuando le fue cedido al Concejo Provincial de Lima, en 1899, se destinó para el encuentro de diferentes grupos sociales. Los domingos en la tarde se ofrecían diversas actividades, como música de bandas, concursos de tiro al blanco, festivales de natación, ascensión en globos aerostáticos, ciclismo, circos y títeres.

Hoy, la modernidad del parque se define con el Circuito Mágico del Agua, inaugurado por el alcalde Luis Castañeda. Cerca, en el Teatro Abierto Gran Parque de Lima, se presentan espectáculos con raíces andinas que fusionan sonidos tradicionales y modernos, y evocan danzas típicas, aunque estilizadas.

Las nuevas voces, hijos de migrantes, interpretan en quechua y español, y exhiben vestuarios inspirados en los que lucieron sus padres, quienes un día dejaron sus tierras para conquistar la capital.

CRECE LA RAZA

Después de las oleadas que emprendieron los migrantes durante el siglo XX, los arenales y los cerros de la capital han reverdecido con sus costumbres y tradiciones. Además, importantes vías que dan acceso a los distritos de los conos son escenarios donde la reminiscencia provinciana vibra cada fin de semana. Así, aunque el Perú sigue siendo Lima, ésta ya no es el jirón de la Unión, ni mucho menos el Palace Concert, como afirmaba Abraham Valdelomar. Vías como la carretera Central, por ejemplo, son
verdaderas rutas de integración. Allí, los domingos se reviven las tradiciones impregnadas de fe, devoción, algarabía y emprendimiento. Los nuevos limeños, agrupados en hermandades, asociaciones y clubes, evocan sus fiestas patronales y celebran festivales con sus danzas tradicionales, con sus platos típicos y bebidas de tierra adentro. Aquí, saludan a la integración, que les ha dado el milagro de convertirlos en seres visibles.

 

 


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14/01/2008


 


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