Texto: Humberto García
Foto:
Alberto Orbegoso
La psicología estadounidense acuñó el término bullying para defi nir al acoso escolar. Un fenómeno que puede ocurrir en cualquier escuela del mundo y que tiene como principales protagonistas al “chico bravucón” del aula, a su víctima –el blanco de las burlas, y hasta de sus golpes– y a los indiferentes, que no hablan por miedo a ser agredidos. El fenómeno ya forma parte de los grandes problemas que las autoridades educativas deben enfrentar en Estados Unidos y Europa, aunque los asesinatos cometidos por alumnos en centros educativos estadounidenses dejaron de ser “actos de indisciplina escolar”, para convertirse en delitos policiales. Todavía en nuestro país el problema no se presenta con ese dramatismo, pero “sí es necesario prevenir con una consejería especializada que involucre a padres, maestros y alumnos”, explica la psicóloga educacional Trixie Devoto Bertarelli, del colegio Peruano Británico.
La mejor recomendación a los padres y maestros es que deben estar alerta porque el bullying puede aparecer en cualquier momento y en cualquier grupo, afectando la autoestima de niños y adolescentes. Un sujeto víctima de maltratos cambia su estado de ánimo, se vuelve introvertido y corta el diálogo con sus padres.
“En nuestro país –sostiene Devoto–, el fenómeno tal vez pasó inadvertido porque era poco frecuente. Sin embargo, la situación es diferente ahora que los medios de información, especialmente la televisión, influyen negativamente en los niños, además de las situaciones negativas que pueden presentarse en el hogar y en la sociedad, como las pandillas”. Pero, ¿qué hacer ante el caso de un niño con una autoestima mellada por las agresiones físicas o psicológicas de sus propios compañeros? Para Devoto Bertarelli, lo primero es lograr restablecer la comunicación entre la víctima con sus padres y maestros, que sienta y comprenda que no es el culpable de lo sucedido. La clave está en afirmar la autoestima de las víctimas, reconociendo sus conductas positivas. El afectado tiene muy poca asertividad para hacerse valer, no reúne las conductas y pensamientos para defender sus derechos sin agredir ni ser agredido. El trabajo psicológico con el agresor también debe demandar de técnicas adecuadas, pues por lo general sus conductas responden a situaciones estresantes y a la falta de control, aunque casi siempre éstos son conscientes de que agreden, pero tienen poca capacidad para comprender lo que sufren sus víctimas. Hay muchos estudios que ilustran que el historial de violencia de los adultos tiene relación con la violencia de la que fueron víctimas en su niñez. Pero en sí, “la agresión no es mala, pues bien canalizada y orientada puede llevar al sujeto a emprender con empuje muchas actividades”, afirma la especialista.
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