Texto: Ernesto Carlín
Foto:
Ricardo Choy-Kifox
Uno de los primeros recuerdos que tengo relacionados con el teatro es el de una función de Los músicos ambulantes de los Yuyachkani. Se me escapan algunos detalles, pero sí estoy seguro de que los vi al lado de mi hermana mayor y que ambos no teníamos ni diez años. Así como yo, varios de los que rondamos la treintena tenemos grabadas en la memoria las peripecias de la Gata amazónica, el Burro de la Sierra, el Perro Chusco costeño y la Gallina afroperuana. La trama se puede resumir en cuatro animales afi cionados a la música camino a la gran ciudad. Este argumento, extraído originalmente de Los músicos de Bremen, escrito en el siglo XIX por los hermanos Grimm, fue el punto de partida para que los Yuyachkani (“Estoy recordando”, en quechua) iniciaran su exploración acerca de nuestra identidad
NACEN LOS MÚSICOS
En su afán por darle sabor local a la obra, se fueron modifi cando algunos detalles. Por ejemplo, los personajes, que en su versión alemana son ancianos, en la adaptación peruana son cachorros. La explicación: la mayor parte de la población peruana es joven. Similares causas motivaron que variaran los géneros de los personajes. La Gata y la Gallina reemplazaron a sus versiones masculinas. A la par que hacían estos cambios, los artistas del elenco también se repartían los personajes, dependiendo de sus gustos e intereses. –Yo no –aclara Teresa Ralli–. Quería ser la Gata de la Selva, pero falté a una reunión y ya me habían dejado el papel del perro chusco. Y la verdad es que acertaron. El actor cusqueño Augusto Casafranca se decantó naturalmente por ser el Burro de la Sierra. Ana Correa, por aquel tiempo alumna del taller del músico afroperuano Vicente Vásquez, escogió el papel de la Gallina negra.
En su hermana, Débora Correa, recayó entonces el personaje amazónico. ”En esa época, era difícil representar a la gente de la Selva, pues había poca información y los demás peruanos no conocíamos mucho de ellos”, comenta la actriz.
Por ejemplo, recuerda que en las primeras funciones para niños de Los músicos ambulantes, al verla entrar en escena, algunos se ponían a hacer “uh, uh, uh”, como indígenas norteamericanos. “En toda Lima no había más de dos restaurantes y un antropólogo de la Amazonía”, agrega.
NOSTALGIAS EN ESCENA
En este cuarto de siglo que ha transcurrido desde que se estrenó por primera vez Los músicos ambulantes, muchas cosas han cambiado. Ana Correa, la Gallina con saoco chinchano, reflexiona que el mundo ha variado mucho en este cuarto de siglo. “Antes, decir cholo era un insulto. En nuestro país había cuatro centrales sindicales y cuatro agrarias”, enumera la artista. Sin embargo, la pieza mantiene su mismo espíritu. “Cuando vengas a ver la nueva reposición, verás el mismo espectáculo que apreciaste a los ocho años”, me asegura Augusto Casafranca.
Pero, así como su público guarda entrañables recuerdos de la obra, también los artistas se emocionan contando sus anécdotas. Una de las más apreciadas es lo que les sucedió en un pueblo de Andahuaylas en 1987. Se demoraron en arribar al lugar, pues había una fuerte lluvia. En el camino consideraron la posibilidad de suspender la función por el mal tiempo. Pero, al llegar, se encontraron con que la gente abarrotaba un coliseo destechado esperándolos. Al terminar el espectáculo, los artistas estaban cubiertos de barro, pero felices. Una curiosidad que comentan es que en localidades de la Sierra, como la de la anécdota, el personaje más aplaudido es el Burro quechuahablante, y le obligan a decir más cosas en quechua.
COLOFÓN
Este mes se ha repuesto Los músicos ambulantes en la Casa Yuyachkani de Magdalena.
A pesar de que es muy difícil llevar la contabilidad de las veces que esta obra se ha puesto a escena, la expectativa alrededor de esta singular banda de animales sigue intacta. Ojalá se continúe montando para cuando mi recién nacida hija tenga edad para ir al teatro.
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