El pitazo del árbitro fue el punto de explosión.

Segundos antes Fabián Vargas había lanzado con violencia aquel balón que avanzaba irremediablemente hacia el arco de Óscar Ibáñez mientras los latidos de millones de peruanos se aceleraban de manera incontrolable.

Algunos cerraron los ojos, otros cruzaron los dedos y aguantaron la respiración. Por favor, por favor, por favor. Miles de plegarias mentales estaban embotelladas
en la estrecha carretera que lleva al
cielo. La pelota viajaba en cámara lenta a través del espacio que separa sin remedio el punto de penal de la
valla del guardameta.

La gente del Boca Juniors también sufría aquella noche de septiembre.
El cuerpo de Ibáñez hizo un giro. El Perú tenía el corazón en la
boca mientras el balón daba vueltas en el aire y viajaba entre la temporalidad y la fugacidad de lo instantáneo y de lo perdurablemente efímero.

Los segundos parecían eternos, interminables. Charly García se rascaba los bigotes. El arquero del humilde equipo rojo adivinó la trayectoria del esférico y sus manos impidieron que el balón tocara las redes.

El país entero se confundió entonces en un solo abrazo de indescifrable alegría. Unos liberaron sus dedos y otros abrieron los ojos, sólo entonces pudieron ver a los jugadores peruanos correr de un lado para otro jubilosos. Se exhaló, por fin, el aire contenido. ¡Bien, carajo! Se había acabado la tanda de penales.

Habíamos ganado la Recopa Sudamericana. Y allí estaba el estratega
Freddy Ternero, con la blanca y roja sobre su espalda, alzando los brazos en señal de triunfo, mirando agradecido al cielo, declarando al periodismo con esa voz serena, flemática e inalterable que ahora, mientras conversamos, se vuelve a oír.

“En estos días tengo bastante chamba”, me comenta. Y es que Ternero luego de haber escrito las páginas más gloriosas de la historia deportiva del país, no ha decidido reposar.

Dice que sería muy triste que los peruanos siguiéramos, de aquí a
treinta años, rememorando estos mismos triunfos del Cienciano, como
único éxito internacional.

El logro de la Copa Sudamericana ante River Plate y la Recopa ante Boca Juniors no fueron el fin de una telenovela cursi llena de sufrimientos del fútbol nacional sino que ha significado el inicio de grandes retos. Ternero lo sabe, por eso escribió el libro ¡Sí se puede! Un libro sin quiebres literarios que se puede leer en algo más de una hora y que cuenta de una manera sencilla la clave de su éxito.
“Siempre se lo he dicho a mis jugadores:
si haces lo que te gusta con ganas, perseverancia y, sobre todo, con pasión, estás caminando hacia el éxito. Lo demás llegará sin que te des cuenta. El triunfo es un proceso largo que siempre supone
momentos de lucha.”

Y Freddy Ternero Corrales sabe de luchas, desde que nació, tras un
difícil parto, en 1959. Cuenta que siempre le gustó el estudio; sin embargo, en 1973, embriagado por los efectos de la adolescencia y por aquella fiebre juvenil que a veces nos hace creer que somos los dueños del mundo, descuidó sus deberes y terminó repitiendo el tercer año de media. “El hijo mimado, el de las buenas notas se había reducido a nada”.

Con un gran cargo de conciencia y tras varias noches de insomnio
se lo contó a su madre. Aquel día, en medio del llanto de su progenitora, Freddy juró que en adelante sería el mejor. Y así fue,
Freddy ahora es el mejor. Ha pasado por diversos clubes como Universitario, León de Huánuco, San Agustín, Defensor Lima y Cienciano, y no sólo ha pateado balones en su vida, también y por mucho tiempo pateó latas y hasta limpió casas en Estados Unidos. “¿Creen que pasó por mi mente derrumbarme? Luché y seguí, porque estaba convencido de que aquel era un momento pasajero. Y hasta en ese trabajo, al que me obligaba la necesidad, me entregué con alma”.

Ternero sabe que es hora de eludir la adversidad, desmarcarnos del pesimismo, olvidar aquella frase de “jugamos como nunca y perdimos como siempre”; es hora de afrontar el éxito y escapar a la victoria.

Es hora de repasar nuestras vidas y esperar aquella energía inquietante que nos impulse a escribirlo todo desde el comienzo.
Es hora de comprender que en esta vida nada está dicho hasta que suene el pitazo final.

la reina
el estratega
la voz
el cerebro
la belleza
el pensador
el retratista
el artista
el catador
la figura
Edad: 45 años (26 de marzo de 1959). Logros: Campeón de la Copa Sudamericana (2003) y Campeón de la Recopa (2004).
 
Texto:
Roberto Ramírez Aguilar